En el silencio, la vida susurra lo esencial…
Y a veces, solo cuando bajamos el volumen del mundo, podemos escuchar lo que realmente importa.
Esta Semana Santa me ha llevado a mirar hacia adentro con más intención que nunca. En medio de estos acontecimientos que nos han dolido como nación, siento la necesidad de pausar, de respirar más lento y de volver al propósito que trasciende todo. Porque cuando todo lo externo se tambalea, solo lo interno permanece.
Hoy más que nunca, recordemos el valor de la vida. De la paz interior que no necesita ruido ni aplausos. De la esperanza que renace, no en grandes promesas, sino en lo simple: en una mirada sincera, en un gesto de empatía, en una oración compartida.
Que estos días nos encuentren más humanos, más sensibles, más empáticos, más presentes y más unidos. Que podamos soltar todo lo que ya no nos sirve y abrazar con fuerza lo que nos devuelve a lo verdadero. Porque el alma también necesita descanso, y el corazón necesita un lugar sereno donde renovarse.
Hoy es un buen día para hacer silencio y escuchar el alma. Para mirar hacia la naturaleza que nos rodea y dejarnos enseñar por su forma sabia y paciente de sanar. Para agradecer la vida en comunidad, la paz que encontramos en lo sencillo, y el propósito que, aunque a veces se nos olvide, siempre está ahí, esperándonos.
Que este tiempo sagrado nos permita volver al centro. Volver a lo que nos conecta, a lo que nos sostiene, a lo que realmente importa. Que podamos acompañarnos desde el respeto, el amor y la oración. Y que ese recogimiento sea semilla de esperanza para lo que viene.
Luz para quienes han perdido. Fuerza para quienes siguen.
Y serenidad para todos los corazones que hoy necesitan calma.
