“No sabemos de lo que somos capaces hasta que no lo intentamos”
El pasado 16 de febrero, decidí embarcarme en una aventura extrema que resultó ser sumamente enriquecedora gracias a los desafíos y aprendizajes que se presentaron en el camino: la subida al Pico Duarte, también conocido como el «Everest del Caribe» o la «Cumbre de las Antillas». Con una altitud de 3,087 metros, es el punto más alto de La Española y de todas las Antillas, y se encuentra ubicado en el Parque Nacional Armando Bermúdez.
Esta experiencia, que me alejó de la rutina diaria, se convirtió en una auténtica odisea. Duró tres días y requirió 17 horas de caminata intensa, dejando mis pies maltrechos y aun así, mi determinación firme y mi objetivo claro me acompañaron en cada momento. A continuación, comparto una reflexión que surgió en mí mientras recorría los infinitos paisajes de este grandioso viaje: «El camino hacia la cima es un gran aprendizaje, similar a la vida misma. Nos enfrentamos a numerosos desafíos que debemos superar para avanzar, pero también encontramos personas que nos ayudan en nuestro recorrido, aquellos que caminan a nuestro lado. Te das cuenta de la importancia de un bastón para apoyarte. En mi caso, mi esposo ha sido y sigue siendo mi bastón de apoyo en los difíciles senderos que me ha tocado transitar en la vida, y mis hijos han sido el bastón izquierdo que ha mantenido mi mente y mi mirada enfocadas en la meta. Es una bendición enorme que uno de mis hijos me acompañara en esta aventura del Pico Duarte, a quienes siempre les he enseñado que tanto en la montaña como en la vida, se avanza paso a paso».
Durante esta experiencia y a lo largo de toda mi vida, he encontrado en Dios la fuerza que me sostiene cuando mi mente y mi cuerpo llegan a su límite. En este caso, no fue una excepción. El Pico Duarte fue una experiencia maravillosa que, sin duda alguna, repetiré.